BIEN EN LONDRES

El interfono del double-decker anuncia por fin la parada: “Lambeth Town Hall”. A lo largo de su trayecto hacia Brixton, el autobús urbano se ha ido llenando hasta aruba de un muestrario humano diverso y multicolor. Aparte de apretujones y algún que otro frenazo en seco, el ambiente irradia un aire tropical relajado y alegre, en lo que probablemente tiene que ver el popular festival caribeño que se celebra esa tarde en un parque de la zona. A la compañera de asiento, una mujer madura con acento portugués, y aparte de que el autobús circule más lleno que de costumbre, la escena le resulta “de lo más normal”. La señora, asistente social jubilada, lleva más de treinta años residiendo en Brixton, el “hogar” donde ha criado a sus dos hijos  con su esposo jamaicano. Ni siquiera las ganas que le entran “a veces” de mudarse a su Madeira natal le hacen pensar seriamente en marcharse. Su sentido de pertenencia, dice, resulta sencillo de explicar: “Aquí no solo estamos todos mezclados, sino que además estamos bien”.

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