DÍAS DE RAMADÁN

El barrio almeriense El Puche hace pensar en la cultura musulmana como elemento pacificador. Esta es una vieja zona de vivienda protegida muy a las afueras que padeció como muchas otras los estragos de la heroína. En cuestión de años, una sólida comunidad obrera quedó reducida a escombros. Pero pese a ello, la oleada de jornaleros magrebís que comenzó a instalarse aquí a principios de siglo fue a dar con lo que venía buscando: vivienda tirada de precio con vistas a la reunificación familiar, más un amplio espacio público en el que poder aliviar los rigores del hacinamiento y dar rienda suelta al libre comercio, bálsamo de toda sociedad marginal. A medida que la cultura inmigrante se iba haciendo mayoritaria, y con la complicidad de los residentes no musulmanes que quedaban, la calle del barrio fue evolucionando hacia un ámbito abarrotado de niños, consagrado al intercambio, donde un creciente sentido de pertenencia está mejorando ostensiblemente el endémico clima de delincuencia habitual. A decir verdad, el mayor factor de riesgo social que se detecta en el ambiente es el penoso abandono institucional que le sigue confiriendo a la zona su sórdido aspecto eurotercermundista. En este sentido choca, más ahora en Ramadan, que la nutrida vecindad musulmana, bien entrada ya en la segunda generación, no dispongan todavía de un recinto religioso como Dios manda. ©flc54

 

TONY MONTANA

La mezquita de El Puche consiste en la planta baja de un edificio de vivienda protegida cuya modesta capacidad se ve desbordada durante el Ramadan. De ahí que la congregación deba ganarse cada año el beneplácito de sus vecinos no musulmanes para disponer durante un mes de la plazoleta donde se encuentra ubicado el oratorio. Las concentraciones de fieles tienen lugar cada día a la puesta de sol, con la oración que rompe el ayuno, y a medianoche, cuando hasta la plaza entera se queda pequeña en un barrio que parece destinado a corto plazo a mirar íntegramente a la Meca. 

Pero incluso en estas fechas, la plazoleta de la mezquita dista de ser un entorno exclusivamente musulmán. De hecho, se trata de un espacio público abrigado del viento, muy del gusto de familias de otras creencias que acostumbran a bajarse las sillas a la calle hacia la misma hora en que el imam arranca con el rezo del atardecer. 

No es ningún secreto en la vecindad que dos de estas familias andan de levante de un tiempo a esta parte. Tienen a sus primogénitos casados, padres ya de varios niños a pesar de su tierna juventud, y todo indica que la pareja no vive su mejor momento. Inesperadamente, con la mezquita en pleno postrada ya sobre el mosaico de alfombras, aparecen en escena ambos cónyuges, algo que ambas partes han tratado de evitar a toda costa hasta entonces. Ella no pierde un instante en acusar a su esposo voz en grito por una supuesta infidelidad, a lo que él responde defendiendo a capa y espada su condición de “hombre”, con el derecho consiguiente a “acostarse con mil” si le viene en gana, y tachando además a su mujer de “mala madre” por haber intentado pegársela en alguna ocasión “nada más que por despecho”. Ella está más y más furiosa. Con sus ojos verdes clavados en el esposo que abandona ya la plaza, la joven emite una sentencia que suena a maldición: “eres como Tony Montana. Crees que tienes mucho y no tienes nada”. Pero ya no hay respuesta alguna. Un entonado “allahu akbar” se adueña finalmente del plácido aire crepuscular. ©flc54

 

CHABAKIA

Tras quince horas de un sol de justicia, aguantando con tesón africano las ganas de comer y beber, el menú bajo la luna crepuscular se antoja fantástico: zumos naturales, muy fríos, de sandía, pepino, naranja y mango para saciar la sed y abrir boca, seguido de harira y tajin de berenjenas con cabeza de cordero más fruta, dulces, leche agriada y té de menta. Una vez saciado su apetito frente al tajin, el joven Mustafa deja su sitio a otro comensal recién llegado, se aparta hacia la zona del postre y procede a entretener a la mesa con su pasión por la charla. El tema es la chabakia, el celebrado pastelito magrebí de forma entrelazada,  El joven pregunta quién y cómo lo inventó. El quién resulta predecible, “un emigrante marroquí”, lo que levanta la aprobación de una audiencia que se queda de una pieza al escuchar el cómo. Según el relato, el emigrante de marras fue un repostero que antes de hacerse famoso por su invento anduvo por China, donde un emperador caprichoso le obligó a crear un postre que, aparte de saber a gloria, debía representar una a una las letras del abecedario mandarín. Una vez elaborada la masa a base de almendra, sésamo, canela, azafrán y agua de azahar, el pastelero la recortó en delgadas tiras e intentó entrelazarlas con esmero una y otra vez tratando que una vez fritas en aceite parecieran una dichosa letra china. Pero no había manera. El emperador perdió su fe y decidió buscar un nuevo pastelero. Lejos de sentirse humillado, el marroquí  regresó a casa donde no cesó de hacer letras chinas tan mal como de costumbre. Así, un buen día despertó millonario debido toda la chabakia que había conseguido vender. ©flc54

SEÑALES DE HUMO

Entrada ya la última semana de Ramadán, arreciaron las siniestras hogueras en El Puche. Aparecían a cualquier hora del día o de la noche, elevando densas columnas de humo negro que, dependiendo del viento, llegaban a sumir al barrio en una persistente niebla tóxica que lo tuvo al borde de la histeria. Y no era para menos: el fuego surgía de los montones de basura acumuladas por doquier, mayormente plástico, que el servicio municipal de limpieza se negaba a retirar. Al malestar general se sumó la caza del incendiario. Por doquier se comentaba la teoría de un “moro”, “un moro loco cerilla en mano” o “un terrorista”, según a quien se preguntara. El sector musulmán, por su lado, no parecía interesado en la supuesta identidad del pirómano, sino más bien indignado, incluso “humillado”, por un gobierno que les obliga a criar a sus hijos entre inmundicia y contaminación. En tal escenario, de nada servía que Santiago el Quemao, vecino y ex-yonqui anti-sistema notorio por su explosividad, proclamara con orgullo a los cuatro vientos la autoría de los incendios. Nadie le prestaba la menor atención convencidos como estaban los cristianos de que habia sido un moro, los musulmanes que un agente del estado y la policía que daba igual. ©flc54

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